martes, 5 de mayo de 2009

Reflexiones sobre el fracaso escolar

Por Pascual-Antonio Bartolomé Pina

Cuando se habla de fracaso escolar suele relacionársele con el número de suspensos que se producen en un colectivo discente determinado o con el porcentaje de alumnos que no alcanzan cierto nivel de estudios, por lo general la educación secundaria obligatoria aunque últimamente se citan también estudios postobligatorios.

Esta forma de evaluar el rendimiento escolar, bien sea el de un centro o bien sea el de una región o un país, y, con ello, el de clasificar el fracaso escolar que se da en ese colectivo, casi nunca viene acompañado de algo tan importante como es el conocer también, con argumentos, por qué el tipo de aprendizaje evaluado se cree que es el más idóneo y cuál es el punto de partida del alumnado evaluado.

Ante ello, muchos colegas afirman que lo primero se puede encontrar en las preguntas de la encuesta de la cual se deduce el fracaso escolar existente, mientras que para lo segundo, se escudan en que como se realiza para relacionar unos datos con otros, no hay más remedio que hacer tabla rasa con todos, o lo que es lo mismo, reducir a la misma cifra todos los datos iniciales.

Craso error en los dos casos. Ahora bien, como quiera que el no tener en cuenta el punto de partida del alumnado es objetivamente recusable a partir de los principios psicopedagógicos más elementales, centraré mis reflexiones en el tipo de aprendizaje más idóneo a desarrollar en nuestras aulas.

Por lo general, cuando un equipo de evaluación educativa se reúne y evalúa a un grupo de personas, sea una clase o sea cualquier otro colectivo, casi nunca se plantea qué tipo de aprendizaje se está queriendo evaluar y con qué criterios. Normalmente el equipo que evalúa o que diseña los procedimientos que se utilizarán para evaluar, no suele fijarse en esas "menudencias" cuando es lo verdaderamente importante.

Normalmente estos equipos de evaluación suelen tener como referente unos conocimientos y una forma de adquirirlos que están en la base de su propio aprendizaje y no en lo que está ocurriendo en la sociedad en la que vive el alumno, una sociedad que se está construyendo cada vez más alejada del entorno escolar. Me estoy refiriendo a la llamada “sociedad del conocimiento”, de la cual se habla mucho últimamente, tanto en los discursos políticos como en la literatura pedagógica, pero que por los acuerdos a los que se llega parece que es absolutamente desconocida.

Efectivamente. La “sociedad del conocimiento” no es un ente abstracto que sólo sirve para justificar fracasos sin que necesariamente quien la invoca se sienta involucrado en ellos. Tampoco es una herramienta, por muy sofisticada que esta sea, llámese computadora, playstation, IPhone...

La “sociedad del conocimiento” es otra cosa. Es algo mucho más amplio. Es una nueva forma de pensar, es una nueva forma de relacionarse, es muchas cosas que conducen a una nueva forma de vivir. Por ello, para hacer que la escuela forme parte de la misma, habrá que cambiar no sólo programaciones, actividades escolares y formas de evaluar, sino muchas más cosas.

Habrá pues que cambiar incluso la forma de elaborar los proyectos curriculares en donde el "docente emisor de conocimientos", porque es eso lo que hace habitualmente ya que se cree el principal depositario de los mismos, deberá transformarse en el "docente coordinador de conocimientos", de unos conocimientos que pululan de forma muchas veces caótica en torno al alumnado.

Para que esto sea posible es necesario que el profesor reoriente su actividad. De ser expositiva a servir de ayuda al alumno a construir su conocimiento a partir de lo que tiene alrededor, que es mucho, demasiado, mucho más de lo que le pueda proporcionar su enseñante.

¿Cómo se logra eso? No hay recetas mágicas. No pueda haberlas porque caeríamos en la misma contradicción que acabamos de criticar. Pero la experiencia en otros campos de investigación enseña que, ante la avalancha de información con la que se tiene que trabajar, se pueden seguir los siguientes pasos:

1º) Ayudar al alumno a buscar la información. Ayudarle a encontrar esos árboles en los que anclar sus futuros conocimientos dentro de ese inmenso bosque que es la sociedad de la información y de la comunicación.

2º) Darle pautas de cómo seleccionar la más idónea. No todos los árboles son iguales aunque se parezcan, algunos pueden conducir a error.

3º) Hacer que deduzca la necesidad de procesar dicha información y que busque los procedimientos más adecuados para hacerlo. Una vez que tenemos el árbol que nos interesa habrá que trabajar con él, en bruto poca utilidad tiene.

4º) Tras procesar los datos se debe conseguir que el discente llegue a conclusiones resultado de un proceso lógico en donde los argumentos primen sobre las afirmaciones sin fundamento. Para ello tenemos que tener claro qué queremos hacer con ese árbol desde el primer momento, si no es así, cómo sabríamos nosotros o ellos el árbol que tenemos que buscar.

Como puede verse no es otra cosa que desarrollar el conocido método científico en nuestra labor docente y en el trabajo de aula.

Ciertamente que todo lo anterior implica el dominio de unas determinadas técnicas instrumentales entre las que podemos destacar la lectoescritora y el uso de las TICs. Claro que sí. Pero incluso en ello también habría que tener claros algunos conceptos. Así, deberíamos:

1º) Clarificarnos sobre lo que entendemos por leer y escribir. Porque, ¿acaso no deberíamos incluir también la alfabetización visual? Cosa que rara vez se hace. Pero, de verdad, ¿todos entendemos lo mismo por saber leer? Es sólo transformar unos signos en unos determinados fonemas, o más bien deberíamos llegar, a partir de ellos, a ideas y de estas a pensamientos, es decir, a construir conocimiento. Por otro lado, ¿qué entendemos por saber escribir? Sólo transformar fonemas en signos (dibujar palabras) o también transformar pensamientos en ideas y estas, eso sí, en signos.

2º) Lo mismo podríamos decir de la alfabetización visual. Nadie, repito, nadie nace sabiendo leer las imágenes. Tiene que ser objeto de aprendizaje al igual que lo que se entiende habitualmente por alfabetización.

3º) En cuanto a las TICs no puede reducirse de ninguna manera a usar un par de veces a la semana el aula de informática o jugar con el ordenador un rato como se hace con la playstation. Tampoco se trata de impartir una clase tradicional con un portátil y un cañón. Eso sería repetir un modelo ya caduco.

4º) Implica aprovechar los recursos inagotables que tenemos en la "red". Para ello conviene recordar que ya estamos en lo que se denomina la Web2 y que muy pronto entraremos, si no lo estamos ya, en la Web3.

La tarea es pues ingente. Por eso hay marcarse objetivos concretos para no perderse y seguir unos cantos de sirena que nos están llamando desde diferentes lugares y que nos invitan a hacer cosas maravillosas sin que sepamos cuáles y cómo.

Mi propuesta sería centrarse en los dos procedimientos antes señalados:

1º) Ponernos de acuerdo en el proceso de aprendizaje a desarrollar, consensuar el tipo que consideremos más idóneo, aunque lo llevemos a cabo de modo individual. Pero todos el mismo.

2º) Trabajar en el uso de la Web2 (redes sociales, google docs...). Sólo es cuestión de ponerse de acuerdo en el qué, cómo y tener la formación adecuada. Esto último tendría que ir un tanto a remolque de lo anterior dada la distancia en cuanto a formación que separa a un profesorado de otro.

Más adelante seguiré haciendo más reflexiones sobre el qué, cuando y cómo enseñar y evaluar.

Gracias por vuestra atención si habéis tenido la paciencia de leer este documento.

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