Durante los últimos días me ha venido constantemente a la memoria una frase pronunciada por nuestro querido actor ya fallecido Pepe Isbert, ese que dijo en Bienvenido mister Marshall aquello de “como alcalde vuestro que soy os debo una explicación…”. Pues bien, en otra de sus películas, La gran familia, haciendo el papel de abuelo pensionista que vive en casa de su hijo con un nutrido batallón de niños y niñas, cansado que no le hagan caso explota diciendo: “…aquí no pinto nada. ¡Claro! Si ya lo dice la palabra: jubilado jorobado…”.
Efectivamente, esa era la imagen que tenían de sí mismos muchos jubilados en tiempo de nuestros padres. El que fueran fundamentalmente varones que se veían de repente sin actividad alguna, pues raro era el que tenía “algo” que hacer ajeno a su vida laboral y más raro aún era el que colaborase con su mujer en las tareas domésticas, unido a que su situación económica distara mucho de ser la más justa ayudó a mantenerla.
Actualmente, por suerte, los que ya están en ese nuevo estado y los que estamos muy cerca de estarlo ya no podemos compartir dicha frase. Por un lado, porque las pensiones no son como las de antes y, por otro, porque es cada vez menor el predominio de varones en esa situación, de unos varones que no siempre han reducido su actividad a lo meramente laboral y que han ido asumiendo, aunque muy poco a poco, nuevos roles en el hogar.
Todo ello sin dejar de tener en cuenta que si partimos de su origen etimológico, jubilar viene del latín jubilare, esto es, dar saltos de alegría, por lo que más bien el jubilado se deberá sentir contento por haber podido alcanzar ese estado en el que por fin podrá dedicar el tiempo que quiera a lo que más le guste. Eso sí, aceptando siempre las limitaciones que impone la edad.
Por tanto, no se puede considerar una etapa totalmente nueva. Por ejemplo, a mí me gustaría que fuera en algunos aspectos una continuación de unos años apasionantes, muy bonitos y fructíferos, aunque ahora creo que deberé hacerlo todo con bastante menos intensidad.
De una etapa en la que he podido llevar a buen puerto muchos de mis proyectos gracias en primer lugar a una persona sin la cual eso me hubiera sido imposible. Una persona que siempre ha estado a mi lado, que ha sido mi compañera, mi confidente y mi amante, con la que he compartido penas y alegrías. Que me ha querido tanto o más como yo he intentado quererla a ella. Me estoy refiriendo a María Luisa. ¡Gracias por estos años que me has dado!
Junto con ella no podía olvidarme de mis hijos Jose y Paco. Siempre tan hogareños. Los cuatro hemos formado un buen equipo. No sé si para ser tricampeones como el Barça, aunque para mí es como si lo hubiéramos sido.
Treinta años en una persona que tiene sesenta son muchos años, son media vida. Eso es lo que he dado al instituto Verge del Remei. También son los años en que he recibido de él una buena parte de lo que soy.
Son tantas las personas que he visto desfilar por él que me es imposible citarlas a todas. Y aunque no quisiera ofender a nadie no puedo menos que recordar a los que habiendo pasado por mi departamento ya no están entre nosotros: Andrés Alonso, al que ya muy pocos conocéis de su etapa en este centro en el que llegó a ocupar diversos cargos directivos; nuestra querida Cloti, siempre dispuesta a hacer felices a los demás; y, más recientemente, Jesús, nuestro director casi perpetuo, al que todavía recuerdo enfrascado trabajando con el ordenador realizando algún informe.
Igualmente, tengo que deciros que me he honrado de gozar de la amistad y el cariño de todos y todas los que han formado parte o constituís actualmente esta entrañable comunidad educativa. De una amistad que Paco Moreno, en la comida que me ofreció mi departamento hace poco, definió muy sutilmente al decir que amigo es aquel que no te echa las manos al cuello cuando se entera que le has formateado el disco duro sin avisarle y sin que pudiera salvar sus datos.
Y es que la comunidad educativa de este instituto, tradicionalmente, se ha comportado como una gran familia. Sí, como la de la película que citaba antes. Una familia en la que a veces se discute, sí, pero siempre en busca de lo mejor para todos y todas.
Efectivamente, en ella no sólo han sido protagonistas los profesores y las profesoras -¡qué magnífico plantel de docentes hemos tenido siempre!-.
También han tenido mucho que ver con el éxito de un proyecto educativo, que aunque no escrito siempre ha estado en la mente de todos, los alumnos y las alumnas.
Con ellos he pasado de sentirme como su hermano mayor, al principio, a verme como si fuera su padre y, más recientemente, como un cariñoso abuelo.
No puedo olvidar tampoco a los padres y las madres de nuestros discípulos, algunos de los cuales también fueron anteriormente alumnos o alumnas –su implicación en la vida del centro ha sido y es siempre digna de elogio-.
¿Y qué decir del personal no docente? Yo creo que sin su concurso este barco hubiera embarrancado sin remedio.
Por último, no quisiera dejar de citar el barrio en que está ubicado este instituto, siempre tan combativo, y algunas instituciones que han hecho posible muchos de nuestros proyectos.
Unos proyectos caracterizados por su diversidad y que han servido para que nuestro instituto se haya convertido en referente para otros así como para muchos ciudadanos y ciudadanas.
Sin embargo, todos y todas apreciamos en el horizonte unos negros nubarrones. Unos nubarrones que pueden acabar en tormenta o escampar como tantas veces ocurre en esta tierra. Así, podemos destacar:
Por un lado, el ataque sistemático que está sufriendo últimamente la enseñanza pública, sobre todo por parte de la administración que más tendría que velar por ella.
Por otro, la complejidad cada vez mayor de la sociedad en la que vivimos, que hace que los docentes tengamos que ocuparnos de asuntos que nos alejan de nuestros referentes al comenzar nuestra vida profesional. Efectivamente, parece que la sociedad sólo vea en la actividad de los centros escolares la solución a la mayor parte de los problemas que ella misma ha generado.
La burocratización extrema a la que estamos siendo sometidos por parte de los que nos administran, que hace que distraigamos un enorme caudal de energías en tareas con poca o ninguna incidencia en nuestra labor educativa.
La enorme diversidad que hallamos en nuestro centro. Una diversidad que en principio no es mala, al contrario, puede resultar enriquecedora para todos y todas. Pero que concentrada en institutos como el nuestro hace muy difícil atender adecuadamente tanto a los alumnos y las alumnas con especiales dificultades de aprendizaje o de conducta como a aquéllos y aquéllas que no los tienen.
El continuo vaivén de leyes de educación, currículos y programas, resultado de la alternancia en el gobierno, así como las actitudes claramente obstruccionistas de unas administraciones respecto de otras, ha producido un notable caos en la organización en éste como en otros institutos.
Caos que, gracias a la encomiable labor de nuestras juntas directivas, ha podido ir solventándose, pero siempre a costa de un notable consumo de energía humana.
Los nuevos valores, (¿de verdad podemos hablar de nuevos valores o más bien de la ausencia de ellos?) que parecen imbuir a muchos de nuestros jóvenes y que hacen que sientan muy poca motivación a la hora de aprender.
Las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información para las que hay que ponerse las pilas y cuanto antes mejor. Su uso racional dentro de unas metodologías más acordes con el mundo en que vivimos y en donde tendrán que desarrollar su ciudadanía nuestros alumnos y nuestras alumnas, puede que sea una de los retos más apasionantes a que estará sometida nuestra, mejor dicho, vuestra actividad docente.
Os animo a seguir trabajando como lo habéis hecho hasta ahora. No desmayéis. Nuestro centro tiene una larga historia de lucha y de conquista, no sólo en parcelas exclusivamente educativas, sino también consiguiendo espacios cada vez más amplios de democracia y de libertad. Seguro que podréis deshacer si no todos al menos buena parte de esos nubarrones que antes os anunciaba, lo mismo que otros hicimos o hicieron con anterioridad.
Finalmente –sí, ya termino- no quisiera acabar con un adiós, sino con un hasta pronto, pues espero seguir contando con vuestra amistad. ¡Gracias por haber tenido la paciencia de leerrme una vez más! (ya sabéis la facilidad con que me enrollo) y hasta siempre.
Efectivamente, esa era la imagen que tenían de sí mismos muchos jubilados en tiempo de nuestros padres. El que fueran fundamentalmente varones que se veían de repente sin actividad alguna, pues raro era el que tenía “algo” que hacer ajeno a su vida laboral y más raro aún era el que colaborase con su mujer en las tareas domésticas, unido a que su situación económica distara mucho de ser la más justa ayudó a mantenerla.
Actualmente, por suerte, los que ya están en ese nuevo estado y los que estamos muy cerca de estarlo ya no podemos compartir dicha frase. Por un lado, porque las pensiones no son como las de antes y, por otro, porque es cada vez menor el predominio de varones en esa situación, de unos varones que no siempre han reducido su actividad a lo meramente laboral y que han ido asumiendo, aunque muy poco a poco, nuevos roles en el hogar.
Todo ello sin dejar de tener en cuenta que si partimos de su origen etimológico, jubilar viene del latín jubilare, esto es, dar saltos de alegría, por lo que más bien el jubilado se deberá sentir contento por haber podido alcanzar ese estado en el que por fin podrá dedicar el tiempo que quiera a lo que más le guste. Eso sí, aceptando siempre las limitaciones que impone la edad.
Por tanto, no se puede considerar una etapa totalmente nueva. Por ejemplo, a mí me gustaría que fuera en algunos aspectos una continuación de unos años apasionantes, muy bonitos y fructíferos, aunque ahora creo que deberé hacerlo todo con bastante menos intensidad.
De una etapa en la que he podido llevar a buen puerto muchos de mis proyectos gracias en primer lugar a una persona sin la cual eso me hubiera sido imposible. Una persona que siempre ha estado a mi lado, que ha sido mi compañera, mi confidente y mi amante, con la que he compartido penas y alegrías. Que me ha querido tanto o más como yo he intentado quererla a ella. Me estoy refiriendo a María Luisa. ¡Gracias por estos años que me has dado!
Junto con ella no podía olvidarme de mis hijos Jose y Paco. Siempre tan hogareños. Los cuatro hemos formado un buen equipo. No sé si para ser tricampeones como el Barça, aunque para mí es como si lo hubiéramos sido.
Treinta años en una persona que tiene sesenta son muchos años, son media vida. Eso es lo que he dado al instituto Verge del Remei. También son los años en que he recibido de él una buena parte de lo que soy.
Son tantas las personas que he visto desfilar por él que me es imposible citarlas a todas. Y aunque no quisiera ofender a nadie no puedo menos que recordar a los que habiendo pasado por mi departamento ya no están entre nosotros: Andrés Alonso, al que ya muy pocos conocéis de su etapa en este centro en el que llegó a ocupar diversos cargos directivos; nuestra querida Cloti, siempre dispuesta a hacer felices a los demás; y, más recientemente, Jesús, nuestro director casi perpetuo, al que todavía recuerdo enfrascado trabajando con el ordenador realizando algún informe.
Igualmente, tengo que deciros que me he honrado de gozar de la amistad y el cariño de todos y todas los que han formado parte o constituís actualmente esta entrañable comunidad educativa. De una amistad que Paco Moreno, en la comida que me ofreció mi departamento hace poco, definió muy sutilmente al decir que amigo es aquel que no te echa las manos al cuello cuando se entera que le has formateado el disco duro sin avisarle y sin que pudiera salvar sus datos.
Y es que la comunidad educativa de este instituto, tradicionalmente, se ha comportado como una gran familia. Sí, como la de la película que citaba antes. Una familia en la que a veces se discute, sí, pero siempre en busca de lo mejor para todos y todas.
Efectivamente, en ella no sólo han sido protagonistas los profesores y las profesoras -¡qué magnífico plantel de docentes hemos tenido siempre!-.
También han tenido mucho que ver con el éxito de un proyecto educativo, que aunque no escrito siempre ha estado en la mente de todos, los alumnos y las alumnas.
Con ellos he pasado de sentirme como su hermano mayor, al principio, a verme como si fuera su padre y, más recientemente, como un cariñoso abuelo.
No puedo olvidar tampoco a los padres y las madres de nuestros discípulos, algunos de los cuales también fueron anteriormente alumnos o alumnas –su implicación en la vida del centro ha sido y es siempre digna de elogio-.
¿Y qué decir del personal no docente? Yo creo que sin su concurso este barco hubiera embarrancado sin remedio.
Por último, no quisiera dejar de citar el barrio en que está ubicado este instituto, siempre tan combativo, y algunas instituciones que han hecho posible muchos de nuestros proyectos.
Unos proyectos caracterizados por su diversidad y que han servido para que nuestro instituto se haya convertido en referente para otros así como para muchos ciudadanos y ciudadanas.
Sin embargo, todos y todas apreciamos en el horizonte unos negros nubarrones. Unos nubarrones que pueden acabar en tormenta o escampar como tantas veces ocurre en esta tierra. Así, podemos destacar:
Por un lado, el ataque sistemático que está sufriendo últimamente la enseñanza pública, sobre todo por parte de la administración que más tendría que velar por ella.
Por otro, la complejidad cada vez mayor de la sociedad en la que vivimos, que hace que los docentes tengamos que ocuparnos de asuntos que nos alejan de nuestros referentes al comenzar nuestra vida profesional. Efectivamente, parece que la sociedad sólo vea en la actividad de los centros escolares la solución a la mayor parte de los problemas que ella misma ha generado.
La burocratización extrema a la que estamos siendo sometidos por parte de los que nos administran, que hace que distraigamos un enorme caudal de energías en tareas con poca o ninguna incidencia en nuestra labor educativa.
La enorme diversidad que hallamos en nuestro centro. Una diversidad que en principio no es mala, al contrario, puede resultar enriquecedora para todos y todas. Pero que concentrada en institutos como el nuestro hace muy difícil atender adecuadamente tanto a los alumnos y las alumnas con especiales dificultades de aprendizaje o de conducta como a aquéllos y aquéllas que no los tienen.
El continuo vaivén de leyes de educación, currículos y programas, resultado de la alternancia en el gobierno, así como las actitudes claramente obstruccionistas de unas administraciones respecto de otras, ha producido un notable caos en la organización en éste como en otros institutos.
Caos que, gracias a la encomiable labor de nuestras juntas directivas, ha podido ir solventándose, pero siempre a costa de un notable consumo de energía humana.
Los nuevos valores, (¿de verdad podemos hablar de nuevos valores o más bien de la ausencia de ellos?) que parecen imbuir a muchos de nuestros jóvenes y que hacen que sientan muy poca motivación a la hora de aprender.
Las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información para las que hay que ponerse las pilas y cuanto antes mejor. Su uso racional dentro de unas metodologías más acordes con el mundo en que vivimos y en donde tendrán que desarrollar su ciudadanía nuestros alumnos y nuestras alumnas, puede que sea una de los retos más apasionantes a que estará sometida nuestra, mejor dicho, vuestra actividad docente.
Os animo a seguir trabajando como lo habéis hecho hasta ahora. No desmayéis. Nuestro centro tiene una larga historia de lucha y de conquista, no sólo en parcelas exclusivamente educativas, sino también consiguiendo espacios cada vez más amplios de democracia y de libertad. Seguro que podréis deshacer si no todos al menos buena parte de esos nubarrones que antes os anunciaba, lo mismo que otros hicimos o hicieron con anterioridad.
Finalmente –sí, ya termino- no quisiera acabar con un adiós, sino con un hasta pronto, pues espero seguir contando con vuestra amistad. ¡Gracias por haber tenido la paciencia de leerrme una vez más! (ya sabéis la facilidad con que me enrollo) y hasta siempre.
